agosto 14, 2011
Te quiero a veces
A veces te quiero
un minuto entero
quizá dos.
tres serían demasiado,
una exageración;
más de lo que yo pudiera dar.
A veces te quiero
de forma sincera
pero no completa
sino parcial:
te quiero un tercio de tu cuerpo
un tercio de tu alma,
también un tercio del universo
y un tercio de todo lo demás.
Te quiero a veces,
un minuto entero
quizá dos.
Y en todo ese tiempo
tú eres lo más importante,
lo único necesario y elemental.
Te quiero, entiéndelo,
de una manera muy especial,
filosóficamente hablando
mi quererte me recuerda a Cusa;
te quiero de la máxima forma
pero el mínimo de tiempo.
Se comprende que al decir tiempo y forma,
se habla desde una Docta ignorancia.
Tales conceptos no existen y al referirlos
se involucra una completa confusión.
Entonces, al expresar,
te quiero de la máxima forma
pero el mínimo de tiempo,
también significa que te quiero de la mínima forma
pero el máximo de tiempo:
sólo un minuto
quizá dos
y ya.
agosto 03, 2011
El destino de los dioses humanos
Al norte de una ciudad mística de Marruecos, cuya total descripción no daré a conocer aquí, se camina por puestos extraños que tienen a la vista cosas sorprendentes. Es la extravagancia la que llama la atención, pero por ese mismo motivo es que hay tantos charlatanes; se vende basura que es valiosa, así también te encuentras con reliquias que no valen la pena.
En el lugar descrito, y de la misma manera descrita, fue que el historiador Michell Hernz encontró una sandalia, su única peculiaridad, además de ser claramente un vejestorio – una autentica antigüedad – era su suela hecha de cobre, la cual también se encontraba malgastada. Los ojos de Hernz se iluminaron al verla, su interés por obtener la pieza fue muy evidente para el negociante. El dueño de la sandalia, con ojo astuto, triplicó el precio del producto. Aún así Hernz sabía que él había salido ganando con la compra. En sus manos tenía la prenda olvidada por Empédocles antes de lanzarse al Etna, esto lo pudo corroborar después de un tiempo de pruebas y estudios que amistades le ayudaron a realizar, los datos indicaban que pertenecía tanto al tiempo como al lugar en que el filósofo había vivido, y por el tipo de suela sólo se podía deducir eso… además el encontrarse incompleto el par, daba puntos extra.
Pero qué hacer con tan semejante tesoro. Como buen amante de la filosofía, o como un gran retifista, se guardó el calzado sólo para él. Por las noches subía a la azotea y en compañía de la oscuridad del cielo, contemplaba la magia del objeto. Si las nubes pudieran hablar, se decía la oscura, podrían narrar los misterios de lo celestial, podría conocerme a mí mismo. Igual me pasa a mí, le respondía Hernz, si esta sandalia pudiera hablar, me contaría los secretos del amor y el odio, también conocería el camino a lo divino… podría a conocerme a mí mismo. Pero ni las nubes ni la sandalia hablaban.
Con el tiempo la sandalia ocupó mayor atención en la vida del historiador, dejó trabajo, dejó su poca vida social y todo giraba, irónicamente al igual que un remolino, alrededor de la baratija que había comprado en algún lugar de Marruecos. Cuando por fin la sociedad se cuestionó la ausencia de Hernz, la policía acudió a su hogar en busca de una pista, no encontró más que desorden, rastros de locura, de alguien que ha abandonado el mundo, pero antes de hacerlo combatió una feroz pelea… contra él mismo. Un camino de ceniza condujo a los uniformados al altar nocturno de Hernz, es decir la azotea, pero según lo encontrado ahí, es más preciso llamarlo altar que azotea. El final de la ceniza apuntaba una sandalia vieja, tan maltratada y tan fea, lo único que quizá de ella valía, era la suela de cobre.
Hay quienes dicen haber visto a Hernz arrojarse de la azotea y que abajo le esperaba algo muy parecido al fuego, pero que no producía calor, sin embargo no están seguros si en verdad era él. Otros afirman que un día simplemente se fue a vagar por el mundo, rumores dicen que anda por Etiopia. Otros, la mayoría, cuentan que una noche en la que hablaba solo, de pronto un ser se le presentó, y ambos girando en espiral, entre las nubes y la noche, se elevaron al cielo, donde unos ojos que observaban el mundo, los esperaba con ansias. En conclusión, no se sabe nada de Hernz, de la sandalia tampoco. Pero estoy dispuesto a encontrarla.