septiembre 13, 2011

El ningún lado del corazón



Yo (misteriosamente todos mis escritos comienzan conmigo) entraba a un bar que muchos podían considerar de mala muerte, a mi parecer la muerte es la muerte y el calificativo bueno o malo quedan sobrando. Pedí una cerveza y al beberla observé una chica a medio vestir, es decir provocativamente, estaba sentada al otro lado de la barra, fui con ella y le susurré un poema de los míos en el oído, fue algo así como:

Conozcámonos en serio:

No me muestres tus virtudes que llevas fuera

Ni tus lamentos que guardas dentro

Conozcámonos de otra manera

Conozcámonos en sentido bíblico

Aunque cometamos algún pecado

Y condenemos a la humanidad entera;

Ya tendrán tiempo para salvarse

Ya tendrán tiempo para hacer lo que quieran

Conozcámonos de manera profunda

No como lo que eres

Ni como lo que yo soy ahora

Construyámonos el uno al otro

Seamos creaciones imperfectas

Ella que había escuchado con atención mis palabras y que tenía la piel chinita, ya sea por el viento que se coló por una ventana o por el escalofrío de mi presencia, habló con una sonrisa en su boca: eres un poeta, ¿de quién es eso que me has citado, de Neruda, de Benedetti? No, le respondí yo, es de uno de esos escritores mediocres que se quedan como anónimos, supongo que son unos cobardes.

Ella se mostraba interesada y quería hacerse la importante. Entonces qué, dijo, ¿buscas a la que vuela? Y si no soy yo pierdo el tiempo contigo… será entonces un reto que pienso enfrentar. Yo quedé en silencio, el tiempo no se pierde, pensaba, este es como el aire que nos golpea la cara y luego se aleja, si un día regresa no sabremos que es el mismo aire, así también el tiempo no lo perdemos, lo gastamos y lo vivimos, y si lo volvemos a vivir lo volveremos a gastar sin saber que es el mismo tiempo que ya antes habíamos dejado ir. Ella volvió a insistir ¿buscas a la que vuela? Mi respuesta nuevamente fue negativa, si he de buscar a alguien y a esa le he de poner exigencias, exijo que baile, que se tropiece y se vuelva a levantar, ya sea tarde o temprano.

Ella se levantó bruscamente de su asiento, ¿qué te crees que soy, una mujer ordinaria? ¿Por qué no me exiges virtudes imposibles e inhumanas? me dio una cachetada, luego se fue. Estoy seguro que ella baila, que se ha tropezado y que se ha puesto de pié un millón de veces, estoy más seguro aún, que no vuela ni un mínimo. Terminé de beber mi cerveza y me fui solo. Sólo yo (misteriosamente todos mis escritos terminan conmigo).