diciembre 27, 2009

Preludio a la aniquilación del idealismo



Entonces abrí mis oídos a la humanidad, y desde su historicidad entonaban cierta melodía que me era confusa. Es normal, pensé, es demasiado tiempo conviviendo con el silencio que ahora cualquier ruido me resulta extraño, pero no puedo quedar de esta manera, dirigí mis pasos a la muchedumbre y presté mayor atención. Pero entre mayor fue mi interés, mayor también se presentó mi desagrado. La cara de las personas, tan mustias como su canción querían desvanecerse ante la nada; sus gritos más que armónicos me parecían desesperados y es que entonaban de la siguiente manera: mahatma, sabio, filósofo, virtuoso, guerrero, político, genio, santo, gentil, alfa, competitivo, moderno, súper hombre… etc. etc. ya no pude ni quise escuchar.
Será mejor que me aleje de aquí, me dije, no vaya a ser que yo también comience a cantar de esa manera, y aunque cientos de arpías me animaban a salir huyendo, un grupo de demonios me habló al oído una cancioncilla ¡ah, qué bien se oían esos chicuelos! tuve que agradecerles, habían devuelto a mi corazón, desde el sinsentido y el vacío, una danza. Pregunté, pues, su nombre, y estos me dijeron “yo”. Yo y mis demonios danzamos, pues, dicha melodía que decía así:
Mediocridad, mediocridad… si quieres oír de hombres, te muestro pues, al hombre mediocre.

diciembre 23, 2009

nueva moda de primavera-verano: el suicidio






Cómo podría hablar yo sobre el suicidio, viendo a este como un problema social, es decir, siempre que he pensado en él, se presenta para mí solo, tenemos conversaciones íntimas, después nos despedimos y cada quien se va por su lado. Es sólo una visita de revista, como la que hace el carcelero al preso para verificar que aún cumple su condena. En fin, qué podría decir yo, sin embargo algo me ha invadido, la noticia que invierno ya no es la época principal para dicho suceso. Pero, por qué. En mi opinión, la temporada decembrina parecía idónea para acabar con la vida, digo, el ambiente envuelve al hombre con la melancolía, lo qua deriva en una gran depresión, es necesario precisar la necesidad de compañía en tales momentos, es decir, uno de los menguantes de tal sentimiento es la convivencia con otras personas, y con convivencia me refiero a la empatía de la vida entre los seres. En primer lugar el clima frío, dicha inclemencia llama a la unión, y no sólo esa unión informal, sino que se presta a los abrazos, buscar la manera de calentarnos. Otro factor, que también incluye la unión, pero esta se eleva de lo corpóreo a lo espiritual, son las festividades, ya sea navidad, año nuevo y las tradicionales, es decir las ya muy corrompidas, posadas. El caso del año nuevo, que claro, presupone la finalidad del presente año, lleva a los individuos a realizar un análisis de su vida, de los logros hechos, además de proponerse nuevas metas, en fin todo esto que contrae esta temporada, al carecer de ello o tener la idea que se carece, aumenta la desdicha en el hombre a sumo grado para llevarlo al suicidio.
Pero qué ha cambiado para que diciembre y enero hayan perdido el título de los meses del suicidio. Según lo anterior, podemos concluir que es pues la soledad, la falta de unión, el principal motivo de los suicidios invernales. No creo que se haya perdido la repulsión a la soledad en la actualidad, sin embargo sí creo que el nuevo modo de vida prepare y haga normativo el estar solo, es decir se han creado nuevas estrategias para combatirla. Sobre el combate es sencillo explicarlo, la tecnología como el internet, los nuevos sistemas de televisión, juegos electrónicos, lo dicen todo. Pero sobre la adaptación, la normatividad, ya parece ser asunto para socializar, es decir la nueva organización familiar vislumbra a unos hijos más autodependientes, que en ocasiones hasta los padres se encuentran de sobra y la ausencia de ellos en el hogar cada vez es mayor (cuando antes ni siquiera era pensado algún tiempo en el que el niño se encontrará solo en la casa). Si estos lazos se pierden , o mejor dicho nunca se fomentan, su valor no es visto como esencial, así que poco importa verse carente de ello en épocas que así lo demandan, y de hecho también podemos ver a tal demanda como algo ya irrelevante.
Pueden ser estos, indicios del decremento en el índice de suicidios en estas fechas, lo cual parece ser buena noticia, sin embargo al contemplar los datos completos vemos que no es así, puesto que las cifras en general van en aumento. Como se ha dicho, ya no es la melancolía y el sentimiento de soledad lo que mueve a suicidarse, este ha cambiado, pero cuáles son las nuevas preocupaciones. Al parecer en los jóvenes, grupo en el que más suicidios hay, es su mismo entorno, en donde él se desenvuelve, es decir, la escuela, denominada como la responsabilidad de ellos, esto también puede añadirse en el apartado anterior; se aleja de este rol y viene un sentimiento de inutilidad. Pero en este caso la escuela se presenta más como una preocupación, no sólo por sus exigencias académicas, sino también por las fricciones entre compañeros; ahora las principales explicaciones de por qué se recurrió a tal alternativa, son como respuesta a las molestias, insultos y exposiciones humillantes a las que los mismos compañeros los exponen,
Las dos circunstancias mencionadas no son nada alentadoras a mi parecer, el suicidio como lo decía Schopenhauer no es la repulsión a la vida, sino la inconformidad de un tipo de vida. Y si lo que nos importa es la humanidad, por qué el hombre no tiene la capacidad para conformar su vida, esto me suena a un hombre débil y temeroso… y lo peor de todo es que, según lo anterior, a eso que teme y se muestra débil es ante la misma humanidad… lo cual es preocupante, pero no sé, quizá yo esté equivocado. Supongo que ya tengo tema de conversación en la próxima visita de revista del suicidio.

diciembre 16, 2009

el amor como sentimiento opresor




El sentimiento de amor (como deseo), ese afecto misterioso hacía algo externo a nosotros, se encuentra presente en toda nuestra vida, siempre allí, entre escondido (como incógnito) y al mismo tiempo manifestándose en cada instante en nuestros actos.”

¿Es el amor algo que se encuentra dentro o fuera de nuestra naturaleza? Si este se presenta como algo ajeno a nuestro a ser, por qué razón embona tan bien en nosotros.
La mayoría de los tratados del amor muestran a tal sentimiento como finalidad del hombre, que el humano aspira a él, pero cuántas veces lo ha logrado, es decir llegar al amor, la respuesta es obvia… sólo en los cuentos de princesas, pues estos tienen un final estático [y quizá también en las telenovelas], es decir que ese “para siempre” no indica un progreso en la vida, sino más bien un congelamiento eterno de la vida, y precisamente en ese instante en que la felicidad parecería haber llegado a la culmine, desgraciadamente [o afortunadamente] el hombre al no ser eterno no puede suspender su devenir y quedarse estancado en una emoción, pero esto no responde a la pregunta inicial, sin embargo da las bases para reflexionar sobre ello, si contemplamos al amor dentro de teleología (como históricamente se ha hecho), concluiremos en la definición de un hombre asqueado de sí mismo, la respuesta es idealizar el amor, pero al hacerlo se coloca fuera de nosotros y más aún se contempla como algo perfecto, es decir ya como algo no concerniente a nosotros. La falta de pericia, o la poca fortuna añadido a lo anterior concluyen en detectar al sentimiento como algo en contra de nosotros mismos y por ende definirlo como un agente opresivo en nosotros mismos, un ejemplo de ello lo podemos encontrar en la ópera Carmen de G. Bizet y en el poema de Charles Bukowski, bluebird, en el primero se denota una insatisfacción que llega hasta la locura, mientras en el segundo se evoca una negación que sólo corresponde a una cosa, es decir, la necesidad de conciliar al sentimiento con nosotros mismos; entonces es dejar de idealizarlo, de congelarlo y por último de contemplarlo como finalidad, sin embargo el escritor no lo prevé así, no termina por alejarse del concepto tradicional del amor, a fin de cuentas se queda en la negación… y dando entrada, quizá, a lo más deprimente en cuestiones sentimentales: la compatibilidad de emociones como forma de consuelo.
“and it's nice enough to make a man weep, but I don't weep, do you?”