Salí a caminar: aire, lo que necesitaba era aire. En esta ocasión no sólo la cabeza me lo pedía, tampoco el cuerpo lo exigía, es decir que este no se manifestaba con pequeñas convulsiones, golpeteos involuntarios a la nada. Era algo más de dónde provenía dicha necesidad. Aire, repito, mis deseos clamaban un poco de aire.
Pero, cuándo fue el momento en que me vi desprovisto de este vital elemento. No lo sé, de pronto me di cuenta que lo que respiraba no era precisamente oxigeno, entonces decidí salir y solucionar mi problema. Este cuarto es quizá muy pequeño, allá afuera las cosas serán mejores. Me dije.
Caminaba, pues, como todo humano lo hace, un pié y después el otro, siempre cayendo las plantas en tierra firme, un pié y después el otro, repetí esto, que a final de cuentas se llaman pasos, una eternidad de veces, o bueno, no exageremos quizá un poco menos que la eternidad, lo cierto fue que llegué al fin del mundo… lo supe porque me golpeé con el muro de la exosfera, eso me hizo recapitular el viaje que había emprendido, miré atrás y
Entonces lo advertí, y por fin me hice la pregunta ¿quién era? No podría ser Argüello, puesto que la historia se había consumido, ya no existía dicho linaje, tampoco podría ser ese pedagogo, ya la educación no existía y ni siquiera había a quien educar, sólo estaba yo cuesta abajo, descendiendo. Y al ir cuestionando esto vi como mi nariz se desprendía del cuerpo y a la vez se volvía minúsculos granitos que seguían la misma dirección, lo mismo sucedió con el dedo, la mano y en sí con el cuerpo entero. ¿Quién era? Me seguía preguntando. No era padre, ni hijo, ni hermano, ni estudiante, amigo o compañero. Sabrá Dios cuánto estuve pensando y cayendo al mismo tiempo, pero ni llegaba a una respuesta ni llegaba al fondo. Porque debía haber un fondo. Todo debe tener un fin. Me dije. Sí, porque hay un principio. Y si hay un arriba, también hay un abajo. Me entretenía ahora con eso cuando de pronto llego algo sólido. Bien, pensé, ya todo ha concluido… en verdad existe el fin, pero oh sorpresa, comencé a trasminarme por los poros del nuevo suelo en que había caído, otro declive, un poco más grotesco que el anterior, y lo peor de todo: seguía reduciéndome. Otra eternidad fue la que estuve cayendo… y pensando. Debe haber un final – tenía la esperanza – y esa esperanza final, se presentó, era una luz inmensa, un fuego delicado. Parecía tan bella y una inercia, no sé si interior o exterior me atraía hacía allá, yo no podía hacer más que seguir y seguir, vale, pero había un problema, que aún no sabía quién era. Y mientras seguía me reducía, repito, entonces por fin lo entendí, al cruzar a la luz me desvanecería. La verdadera melancolía se presentó, estaba desapareciendo, quise dar vuelta y regresar, o más bien sólo pensé en hacerlo, no pude, no quise, el horror me invadía pero el deseo me movía, así que me mantuve firme… caía y caía, hasta que crucé y desaparecí, me confundí con la luz, Yo rodeado de dicha luz, ya no caía, simplemente flotaba; “todo era más grande, todo era más vivo”, y entre esa luz inmensa, entre esa delicada paz, por fin lo descubrí, serré los ojos y dije, sólo para confirmar: “Yo Soy Yo”.
Abrí los ojos. Ya no caminaba, así como caminan todos los humanos, me arrastraba, pues, como todo gusano rastrero. Mire a mi alrededor y todo, absolutamente todo seguía siendo tan efímero, tan vacuo. Pero ah, cómo quería ese mundo y cuánto amaba a las personas. Por fin respiré, este oxigeno y no otro más puro ¿por qué querría otros aires? Volví a serrar los ojos mientras mis pulmones se llenaban, Yo Soy Yo, repetí.
Desperté, aún estaba en el cuarto pequeño. Ya no deseaba, ni aire ni cosas mejores. Tampoco finales. Me vi en el espejo y estaba completo, mi nariz, mis dedos. También el mundo; su historia e instituciones. Sé quién Soy, me dije, y salí a caminar.