Era una mañana tranquila, de esas que el ambiente desprende cierto aroma a tierra mojada, como si el día anterior el mundo se hubiera desgastado, pero ahora, es decir la mañana de la que hablo, descansara y viera aquello que logró con el esfuerzo anterior. Cualquiera podría describir el comienzo del día como bello, hermoso, así también cualquier idealista u optimista (y aquí en México existen muchos de ellos) prevería una agradable jornada. Lo que bien empieza, bien acaba.
Ese día empezó a las 4:00 a.m. para Juan, un pequeñuelo de siete años, su padre, de mismo nombre, le prometió llevarlo al juego de la pandilla, eso significaba que tenía que levantarse temprano, no tan temprano como lo hizo, pero es que cuando uno está tan ansioso por algo, no puede dormir bien, de hecho ni siquiera puede hacerlo mal, está en tensión del día de mañana, ya quiere que llegue, que el reloj quiebre las leyes del tiempo y avance a mayor velocidad, pero eso no pasa. Así que se duerme poco, pero contrario a lo que se pensara; que por el desvelo no se despertaría a la hora acordada, sucede todo lo contrario, o al menos esto le sucedió a nuestro pequeño Juan. Dos horas antes abrió los ojos el niño. En esas horas, ya con plena conciencia, el infante soñó con lo que sería el día de hoy, no con las obligaciones que tenía que hacer, sino con lo que disfrutaría de ellas. El niño ama el futbol, el niño ama a los rayados, su amor por ellos es tan grande, pero no tanto como lo es el amor de su padre, este Juan (el grande), se tatuó en el pecho el escudo de los rayados dentro de un corazón, y en la parte superior el nombre de “María”, esposa y madre de los Juanes, respectivamente claro. Pero continuemos con el inocente sueño del niño. Su padre, entraba de titular en el equipo amateur, en el de la colonia, anotaba dos goles y el Pancho, el padrino de Juanito, también metía un gol, ganaba la Florentina, así llamaron al equipo porque lo formó un tal Florentino ya hace mucho tiempo atrás, Florentino hoy ya es un anciano. Después, durante el camino al estadio del Tec, cantaba junto con Pancho y su padre cánticos dando loor al equipo regio, en realidad a Juanito le agradaba más ir él y su padre, pero no tenía nada en contra de su padrino, lo que sucede es que cuando estaban los tres, Juan el grande no le prestaba tanta atención al pequeño, y eso no le gustaba del todo al niño, pero a fin de cuentas la banda eran los tres, los dos Juanes y el pancho, y como le decía su padre: “a un amigo, jamás se le traiciona”. Bien, está era también la mentalidad de Juanito.
No contaré los detalles ilusorios de la fantástica mente del pequeño Juan; sobre las jugadas que se presentaron en el partido imaginario, me remitiré a decir que ganó el Monterrey, que fue un gran juego, y que antes de llegar a la casa, pasaron a un H-E-B y compraron carne, unas cuantas cervezas y muchas, muchas bolsas de papitas y fritos.
Ese fue el sueño del pequeño Juan, pero antes de eso sabía que tenía primero que ayudar a su madre a preparar lonches y a llenar la hielera de botes de agua, los cuales una noche anterior había metido al refrigerador. Para eso quedó con su madre a las 6 a.m., pero como les dije, ya paras las cuatro, Juanito tenía el ojo “pelón”.
Cuando el sueño o fantasía del niño fue interrumpida por la alarma, que por fin después de tanto esperar, se digno a llegar a la hora señalada por la madre, Juanito de un salto salió de la cama y se dirigió a la cocina, para su sorpresa, la cocina aún estaba deshabitada, María, como ya hemos dicho madre de Juanito, no se había despertado. El niño, con cierta desesperación, no notó la belleza de la mañana y eufórico decidió ir a la habitación de sus padres y reclamar a su madre la poca responsabilidad. No tocó la puerta y entró secamente con un grito: ¡mamá!, vociferó Juanito, dicho grito hubiera sido capaz de despertar a un elefante, pero quizá María tiene el sueño más pesado que cualquier elefante. El pequeño hizo esfuerzo extra hasta que, milagrosamente, logró levantar a la madre. Hicieron lo suyo, ella ponía mayonesa a los panes, por cada dos que María aderezaba, el niño colocaba a uno una rebanada de jamón y otra de queso amarillo, luego ella juntaba dos panes para así lograr un sándwich perfecto, hicieron dieciocho, uno para cada miembro de la “florentina”. La siguiente actividad no fue en equipo, el niño solo llenó la hielera… aunque sí obtuvo ayuda del padre para llevarla al carro.
A las 7: 30 a.m., ya estaban en el campo los tres: Juan el grande, María y el pequeño Juan, al igual que todos los miembros de la “florentina”, calentaron un poco.
Así como en el sueño del niño, “la florentina” ganó tres cero, Pancho efectivamente anotó uno de los goles, y aunque su padre no entró de titular ni metió goles, sí ingresó de cambió al minuto veinte del segundo tiempo, entró por su por propio compadre, ya que una llegada por atrás hizo que Pancho se lesionara y tuviera que abandonar el juego. A pesar de no ser lo soñado por Juanito, este se mostraba satisfecho, pero su alegría aumentó cuando Pancho decidió no acompañarlos al juego, “me duele mucho la pierna”, fue la excusa que dio.
Así, una situación emparejaba a la otra, solos los dos, padre e hijo cantándole a su equipo, apoyándolo, gritando los goles… conviviendo, la banda perfecta “los Juanes”, sin ningún Pancho.
En el primer gol de la pandilla los dos se abrazaron y besaron, en el segundo saltaron como locos, en el tercero el padre le prometió al hijo, si los rayados metían un cuarto gol, comprarle un gorro nuevo, de esos que parecen de bufón, y que hasta llegarían a comprar carne para celebrar la goleada… al minuto 46 del segundo tiempo cayó el gol que haría que se cumpliera lo dicho por el padre. Así lo hicieron. Al llegar a la casa, Juanito, nuevamente precipitado entró corriendo directo al cuarto de sus padres y lo abrió sin previo aviso. También en esta ocasión gritaba, pero ahora lo que decía era ¡ganamos, ganamos! Sin embargo toda su pasión se volvió confusión, atrás de él llegó Juan el grande, e igual que el niño, su felicidad se desplomó al ver a Pancho y a María, madre y esposa de los Juanes, respectivamente claro, desnudos en la cama. El niño sólo algo conmocionado quedó sin habla, el padre, en cambió, dijo un montón de cosas, las cuales no serán de su gusto querido lector, así que no se las diré. Tomó al niño y bruscamente se lo llevó, subieron al carro y vagaron por horas. Juanito veía tan triste a su padre, pero no entendía del todo, él, la “florentina” había ganado, los rayados habían ganado, y sin embargo su padre lloraba como si lo hubiera perdido todo.
Por fin pararon en un hotel, allí pasarían la noche. El cielo nocturno era tan inmenso, y estaba cargado de un aroma nostálgico, cualquiera podría describir el final del día como horrible o espantoso, sin embargo ninguno de los Juanes se percataba de ello, la banda de los Juanes estaba unida, pensaba el pequeño. El padre, sin embargo, aún lloraba, pero tenía cierto brillo en sus ojos, como si se preparara para una batalla sin descanso, como si se hubiera dado cuenta que después de aquél esfuerzo anterior no había logrado nada, pero no le importaba, porque lo que mal empieza… no acaba.
Esa noche empezó a las 11:59 p.m. para ambos Juanes.
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