agosto 29, 2009

SOBRE LA NECESIDAD DE PERTENENCIA.

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Parte I De la rareza humana

Una de las canciones de José Alfredo Jiménez, que más satisfacción me da escuchar, es aquella titulada “un mundo raro”, en dicha composición, se nos presenta el requisito de aceptar la rareza de nuestra procedencia para poder continuar. En primera instancia, esta canción dice:

“… y si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira,
di que vienes de un mundo raro…”
Y más adelante menciona lo siguiente:

“… y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira,
di que vengo de allá; de un mundo raro…”

Ahora, bien, se tendrá que aclarar que tanto de “mentira” tiene ese origen nuestro, además de indagar la razón por la cual sentimos que tendría que ser una mentira (este último punto es el que más interesa por el momento).
En una gran complicación nos adentramos al tratar el origen del hombre [independientemente de la postura que se tome], en este caso, por cuestiones de espacio (y, sí, también personales), aceptemos el creacionismo desde la perspectiva judeocristiana.
Lo extraño del hombre surge desde su misma creación, y para explicarlo añadiré parte del primer capítulo de un ensayo que he escrito para la materia de Antropología filosófica:

Dios ha creado al hombre, pero qué podemos decir del hombre, si nada podemos saber de Dios; cómo entender una obra de arte, si desconocemos al artista; no sabemos su contexto, sus ideales o propósitos. De esta forma, las primeras deducciones serán a raíz de la comparación con lo demás existente, comenzando por la manera en qué Dios realizó su creación.

Desde un principio se establece la diferencia entre el hombre y lo demás. Todo, sin contar al hombre, fue creado únicamente por la palabra de Dios, Dios “dijo… <>, y hubo luz”
[1], y así en los primeros cinco días, “Dios dijo… y así fue”[2] , con respecto a los animales no racionales, fue hasta después de existir que les designo algo: “creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar; y multiplíquense también las aves en la tierra”[3], sin embargo, en el caso del hombre, Dios lo piensa[4] antes de crearlo, no obstante, le da finalidad, designando intencionalidad por el hombre, pues se dice a él mismo: “hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, que tenga dominio sobre…”[5] [todas las cosas], y después se dio a la TAREA de hacer al hombre, pues no fue la palabra de Dios por la que el hombre fue creado(*), sino que “Yavé Dios formó al hombre de polvo de la tierra, sopló en sus narices un hálito de vida, y el hombre se hizo un ser viviente”[6].

De lo anterior podemos deducir dos aspectos o definiciones del hombre, en las cuales ambas coinciden en la de un hombre diferente a todo lo demás. En la primera, en un sentido melancólico, la diferencia radica en su esencia, el preocuparse de su existencia, darle importancia a esta, ya que “en todos los actos que realiza, el hombre busca un sentido”
[7], darle sentido a su vida[8] y no únicamente vivir por vivir, pues el vivir sería algo cotidiano, y sin la cualidad o defecto del hombre de “preocuparse” haría que este cayera en un estado de aburrimiento, teniendo la “actitud de dar por supuesta la vida”[9], y perdiendo su capacidad de asombro, con la cual no puede hacer algo.
Al hombre no le basta vivir, tiene que vivir por algo; desear algo.

[Para abreviar].
El segundo aspecto sería a razón de Dios respecto al hombre, la misión del hombre en el mundo. Dios dice le dice al profeta Jeremías:
“Irás adondequiera que te envíe, y proclamarás todo lo que yo te mande”
[10]
Pero no sólo el hombre debe ser consciente de él mismo, sino también de lo demás, el Nuevo Testamento señala lo siguiente:
“Todos están en vuestras manos”
[11]

Con las anteriores perspectivas es claro que surja en el hombre un sentimiento de aislamiento, una búsqueda constante de identificarse y sentirse parte de la creación, a final de cuentas no sentirse solo.

[1] Génesis I, 3.
[2] Génesis I, 3-25.
[3] Génesis I, 22.
[4] Heschel, Abraham. El concepto del hombre. FCE. México D.F. 1964. Pág. 155.
[5] Génesis I, 26.
[6] Génesis II, 7.
(*) entonces, en un sentido Griego, ¿se podría decir que todo contiene el logos divino, menos el hombre que en su lugar lleva el nous?
[7] Heschel, Joshua. Ob. Cit. Pág.133.
[8] Ibídem.
[9] Ibídem. Pág. 132.
[10] Jeremías I, 7
[11] Génesis IX, 2.

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