Llega la sombra, manto celestial nocturno que acompaña mis pensamientos, otro sentimiento no me ha abrazado con igual cariño desgarrador como lo hace la hora silenciosa, y ahora siento su llegada; viene gélida y minuciosa, desde la altura de la nube, trae consigo promesas e incertidumbres, mensajes de los dioses que deseosos se encuentran que se escuche su palabra.
Abrir pues sus oídos, compañeros poetas, que llega la sombra, mi bien amada.
Pero el hombre ha desvanecido sus fuerzas creadoras, ya no hay caos en sus corazones ni batallas en su interior, el hombre ha dejado de ser un niño y creció sacrificando el lenguaje divino que se le concedió desde el día de su creación como un obsequio celestial que ajustándose a la medida de lo pasajero se volvió terrenal.
¿Qué habla entonces la humanidad, si ha perdido la razón del hablar? ¿Seguimos siendo una conversación o ahora me encuentro solo en el remolino del devenir y mi existencia es incompleta?
Podría perderme y caer en la susceptibilidad que todo esto es un sueño y lo único real es un más allá, tanto he luchado contra la locura que me he vuelto un loco, pero cuerdo aunque sea un poco no he dejado de pisar el mundo; tanto he luchado contra la locura que formé una estrella que brilla en este lugar, brilla de gozo al unísono de los pasos de la sombra que está a punto de llegar. Compañeros poetas, y lo digo con toda la fuerza que aún conservo: ¡compañeros! ¡Se aproxima la sombra! ¡Atentos, oh, poetas, a apresar sus designios y hacer de este remolino un tormento singular, una ventura inolvidable!
Ya se vienen las sombras y el corazón del hombre que la presiente se abre dispuesto a inundarse de ellas.
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