diciembre 27, 2009

Preludio a la aniquilación del idealismo



Entonces abrí mis oídos a la humanidad, y desde su historicidad entonaban cierta melodía que me era confusa. Es normal, pensé, es demasiado tiempo conviviendo con el silencio que ahora cualquier ruido me resulta extraño, pero no puedo quedar de esta manera, dirigí mis pasos a la muchedumbre y presté mayor atención. Pero entre mayor fue mi interés, mayor también se presentó mi desagrado. La cara de las personas, tan mustias como su canción querían desvanecerse ante la nada; sus gritos más que armónicos me parecían desesperados y es que entonaban de la siguiente manera: mahatma, sabio, filósofo, virtuoso, guerrero, político, genio, santo, gentil, alfa, competitivo, moderno, súper hombre… etc. etc. ya no pude ni quise escuchar.
Será mejor que me aleje de aquí, me dije, no vaya a ser que yo también comience a cantar de esa manera, y aunque cientos de arpías me animaban a salir huyendo, un grupo de demonios me habló al oído una cancioncilla ¡ah, qué bien se oían esos chicuelos! tuve que agradecerles, habían devuelto a mi corazón, desde el sinsentido y el vacío, una danza. Pregunté, pues, su nombre, y estos me dijeron “yo”. Yo y mis demonios danzamos, pues, dicha melodía que decía así:
Mediocridad, mediocridad… si quieres oír de hombres, te muestro pues, al hombre mediocre.

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