enero 22, 2010

El metafísico



Yo también conocí a un sujeto así, aunque debido a las circunstancias creo erróneo llamarle sujeto. Digo, conocí a un tipo llamado el “metafísico”.

Mi encuentro con él fue de cierta forma fortuito, sucede que coincidimos en una fiesta del colegio de la facultad… ambos estudiamos filosofía. Antes de ello, nunca habíamos cruzado palabras, es verdad que lo había visto, y supongo que también yo fui observado por él en algún momento; la facultad es tan pequeña que los rostros de alumnos y maestros en cierto tiempo se terminan por encontrar tantas veces que se vuelven familiares. Así era para mí este tipo, el metafísico. Algo familiar.

En dicha fiesta, en la terraza del consultorio de un compañero que ya antes había estudiado psicología, yo me dedicaba a acabar con el montón de cervezas que habíamos comprado, cuando mataba la octava botella alcancé a oír una conversación – yo me elevé, y fue como si saliera del mundo, pero de este mundo artificial… y cuando estuve consciente del verdadero universo, yo era ese mismo universo, éramos uno, pero no en ese instante, sino que siempre habíamos sido uno -, decía una voz elegante y propia, era el metafísico quien hablaba. Aquí me han de disculpar, pues no tengo certeza sobre las palabras exactas que él dijo, también no es confiable el número de cervezas que menciono, pero bueno fue algo parecido. Yo lo observé y lo escuché con escepticismo, algo en su discurso no me agradaba, yo más bien voy con las ideas de Fichte; el requerimiento de la otredad para reafirmar el consciente del yo, cómo podría saberme sin no hay otro. No discutí con él sobre ello, sólo lo escuché. Sus palabras llenas de pasión las llevó hasta el ámbito práctico, es decir cotidiano, que la escuela y el sistema educativo, que la sexualidad, que otras cosas que no recuerdo, así también no recuerdo cuando los demás se durmieron, quedamos únicamente despiertos en aquella terraza el metafísico y yo. Las estrellas en lo alto dibujaban unas amenazantes dagas que apuntaban a nuestra cabeza, dispuestas a caer en cualquier instante, tal vez ya caían y lo hacían lentamente, no sabía nada de ellas, estábamos sin armas ante ellas… sólo esperando el momento que llegaran y acabaran con todos, eso pensaba yo. Por otro lado, el metafísico no sólo se comparaba con la magnitud de las estrellas, él mismo era un estilete.

Hace frío, le dije. Entramos, o qué, él me contestó. En la sala de espera había un montón de cuerpos que dormían. No tenía sueño, él tampoco. Nos adentramos a una de los cuartos de consulta y seguimos con el diálogo. Dijo algo sobre la amistad, y por fin congeniamos en un punto muy aislado, en algo que me interesa más que el concepto (puesto que en la concepción no acordamos), es decir el sentimiento, una nostalgia invadía el cuarto, las palabras que decía iban cargadas de soledad.

Yo tuve que ir a orinar, dejé al metafísico en el sillón mientras parecía que seguía meditando en lo que pronunció. En el baño yo recordaba una de mis iniciaciones al gusto de la filosofía, y me remonté a unas conversaciones finales de Don Genaro, como éste dejó familia, hogar, seres queridos… y entonces lo supe. Regresé cautelosamente y entreabrí la puerta sólo para poder echar un vistazo sin ser visto, en el cuarto ya no estaba él, bueno sí estaba pero no era un humano, o no tenía forma de humano… era un huevo luminoso que se extendía por todo el lugar, era como luz, yo me conmocioné un poco, causé entonces algo de ruido, la luz como una implosión se redujo hacía el sillón y se volvió materia, pero era un hombre anciano, con sombrero y sarape, este inmediatamente se llevó las manos a la cara, pero al alejarlas era el mismo metafísico, ese con el que había estado platicando. Hey, qué pasó, le pregunté. Nada ya ha amanecido, respondió como si nada, yo seguí insistiendo, venga hombre, sabes de lo que habló, el rió con un tono burlesco, como aquel que siempre gana en un juego de azar y su oponente no puede hacer algo más que asumir sus derrotas. Los otros comenzaron a despertar. ¿Cómo no durmieron? Preguntó uno. No, hablamos toda la noche, respondió el metafísico. Tenemos que recoger, el lugar se ocupará temprano, dijo otro. Así se hizo y cada quien se fue.

En la escuela lo veo en ocasiones, ya no me es sólo alguien familiar, pero aún me encierra un gran misterio… sé que esconde algo, por ejemplo en temporada de frío, cuando todos enferman, él se acercó y estornudó, pero ese estornudo fue muy fingido, como queriendo pretender que su cuerpo está sujeto a enfermedades, que su cuerpo obedece a las leyes físicas y él no es una abstracción que se podría interpretar como luz, los otros le creyeron y le recomendaron que tomara algo, pero yo no. Al día siguiente ya estaba muy sano, qué te tomaste, le dije perspicazmente… e,e… no sé, algo que allí estaba en la casa, se zafó con dicha respuesta y se fue, escabulléndose de un posible interrogatorio que descubriera su identidad. Yo me quedé allí, ya era tarde, se había escurecido mucho y las estrellas brillaban intensamente, en qué momento se atreverían a cortarme, no lo sabía… pero ahora me resultaban algo amistosas.

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