Llego a casa aturdido y un poco mareado, he tenido cita con la psicóloga y… bueno, saben como son las charlas con esta clase de sujetos, el asunto es este: ellos preguntan abstractos acerca de tu vida y tú le contestas de la misma forma; cómo responder cuestiones de la vida, sin recurrir a complejidades, después ellos no te entienden o hacen como si no entendieran y le tienes que explicar. Así les recetas clases de cómo vivir, cómo comprender la vida y les muestras lo absurdo y detestable del mundo… todo es un asco; no sólo le es gratis, sino que eres tú quien tiene que depositarle efectivo a sus chequeras, ellos se limitan a decir frases como “vamos progresando” o “pero a fin de cuentas vives” o en el peor de los casos agachan la mirada y expresan con desaliento “nos vemos la próxima sesión”.
En fin, tú sigues yendo y pagándoles.
Hoy peculiarmente fue más detestable, al final de la sesión, me miró y apretó los labios gruesos, después habló dejando ver el colmillo izquierdo, muy amarillo que se encontraba ese diente, es como si ella, mi psicóloga, tuviera más dientes de lo normal, pues aunque su rostro se compone de dos grandes mejillas regordetas que aparentemente cubrirían todo, aún así dejan salir ese diente amarillo. La conversación fue de la siguiente forma:
- - Me hablarás de tu mejor amigo. –ordenó-
- - Pero no tengo mejor amigo
- - Escoge uno y me hablas de él
- - Tengo problemas con eso del habla, por qué no mejor le escribo algo sobre mi mejor amigo.
- - Está bien, sólo hazlo.
- - Y qué criterio utilizaré para elegir a uno.
- - No lo sé, te repito, sólo hazlo… - agachó la mirada – nos vemos la próxima sesión.
El verdadero problema es que no tengo amigos, entonces cómo elegir uno; es decir, cómo de la nada sacar algo, aunque ese algo sea lo más mínimo. Todo el camino me fui pensando en ello, bueno qué tal si hablo del viejo Fredo- pensé- parece ser bueno y siempre que nos topamos nos sonreímos mutuamente, él me deja un frasco de leche todos los lunes, martes y miércoles, yo le entrego el pasado ya vació y también le correspondo con $20.00. Nunca nos hemos fallado.
Pero qué cosas digo, ese inútil de Fredo no es mi amigo, es decir nuestra relación se basa en ese contrato que nos hemos establecido inconscientemente. En verdad que es complicado esto de las amistades, porque en este caso tampoco cuentan la Señora Isabel, ni el portero José, ni nadie.
Entonces descubría el amargo pasar de mi vida, son 25 años en este mundo y no cuento con ningún alma gemela, nadie ni nada.
De esa forma llegué a mi casa; aturdido y un poco mareado. Saqué las llaves y abrí la puerta, me introduje y la cerré.
¿Con qué así estamos?, dijo con voz altanera, con qué no tienes amigos, en verdad que eres un estúpido, qué no estoy yo aquí. Había olvidado a ella.
La vi, y percibí que en su mirar existía cierto brillo, cómo comprenderla; era demasiado mujer, de un modo sentía que se le partía el alma, que de un momento a otro estallaría en llanto reclamando la razón por la cual no había pensado en ella, media hora caminando pensando y nunca se me ocurrió ella, mientras sentía su tristeza yo me creía un completo idiota, un perdedor de los que arruinan todo, no merecía que ella estuviera aquí, mis ojos empezaron a pesar y hubiera llorado, del mismo modo en que yo presentía ella lloraría, pero ninguno de los dos lo hizo. Los parpados aún fuertes lograron rearmarse y no cayeron, la vieron una vez más y de otro modo veía su altanería, firmeza, como heroína. Ahora era demasiado afortunado.
Perdona, le dije. Ella dijo, no tienes que disculparte.
Así que fui a sus brazos de la manera frecuente, deje reposar mi cuerpo en ella, y ella me recibió con su calidez – venga – siguió hablando – sabes que siempre estoy para ti, hasta el momento en que no pueda más… porque estás consciente de que un buen día me tendrás que matar, dejarme en un oscuro pantano, ir a no sé donde y dejarme allí.
Yo no respondí, sabía que tenía razón. Otra vez se armó de fuerzas y siguió hablando, no te pongas serio, dijo, así es la vida.
No puedo concebirlo, es demasiado cruel. Todo lo que hemos vivido y de repente tener que dejarte de esa forma. Por fin una gota agridulce salió del ojo izquierdo, ella ya no pronunciaba palabras, poco a poco su calidez iba menguando, habla le dije, pero ella no habló… habla, pero ella no habló.
La vi de frente y noté que ya estaba cansada, demasiado cansada, tenía cicatrices de noches pasadas, huellas que jamás se borraron, en el centro una llaga crecía y crecía hasta que por fin reventó, conmocionado me alejé sin desprenderme de ella, y en eso una base también quebró dejándome desubicado, me levanté por completo… ella ya no me soportaba, así como también yo ya no la soportaba, por eso no pensé en ella en un principio.
Entonces supe lo que tenía que hacer, fui al sótano y de la caja de herramientas saqué el destornillador amarillo. Se lo incrusté una y otra vez, ella ya no hizo algo, ni una muestra de dolor o de arrepentimiento… ya había perdido la vida desde hace tiempo. La destacé, mientras lo hacía recordaba cuando llegaba borracho y ella me atendía, simplemente me abrazaba y borraba mis problemas, todo eso se había terminado. Ahora no era más que un conjunto de piezas sueltas, sin orden, aisladas. Las junté todas en una bolsa y, así como era su deseo las llevé al basurero de la ciudad (es decir un terreno baldío). Ya pasaban de las 10:00 P.M., así que tomé un taxi.
- A dónde lo llevó joven.
- A la calle 7, al basurero
- Y qué va a tirar, si se puede saber.
- Mi cama, se ha roto hoy en la tarde – mi semblante se mostró nostálgico
- Vamos, joven sólo es una cama.
Entonces lo comprendí: el inútil de Fred, sólo es el lechero; Isabel, la rentera; José, el portero y ella sólo era mi cama y nada más.
Alcé la vista y en el tarjetón leí el nombre junto a la pequeña foto de un viejo que parecía monstruo, el nombre era Juan. Tiré la cama.
- Qué te parece, Juan, si nos tomamos unos tragos
- Qué, para olvidar a su cama
- Sí, por eso.
En mi siguiente sesión con la psicóloga le hablé sobre Juan, de cómo habíamos bebido esa noche… a Juan ya nunca lo volví a ver.