Tuvieron que ser millones las circunstancias para que ellos se encontraran ¿Destino? Muchos creerían que sí, pero no, simplemente pasó y ya. Igual que como pasan las cosas más simples, ella abordó el vagón, que parecía estar vacío si no fuera por un tipo raro, de mal aspecto, que se encontraba sentado en el fondo, la cara del tipo solitario miraba fijamente el suelo.
Las mujeres bonitas se acostumbran a que las miradas se claven en ellas, ella precisamente era una mujer bonita y estaba tan acostumbrada a ello, tanto que casi se irritó al no tener a nadie que la apreciase, sin importarle a fin de cuentas eso, se sentó alejada de cualquier ojo humano. Fue entonces que la bonita, no era observada, sino que, como un acto absurdo, ella trataba de ver al tipo de mal aspecto: sucio, ropa que sobrepasaba su talla, uñas negras y largas, unos zapatos tan rotos que eran más agujeros que zapato y una barba desaliñada, algunos vellos de la nariz se asomaban bruscamente por sus fosas, y una lágrima enorme le colgaba de la mejilla, sí, una lágrima del tamaño de un melón se comenzó a formar, pero por más que aumentaba su tamaño, no se desprendía de aquel hombre. Llena de horror, la mujer decidió no mirarlo más, evadió su vista, sacó entonces un espejo y… cuál sorpresa se llevaría la cuando no logró verse en él, tampoco su reflejo estaba en los vidrios del vagón, cuando entraron más personas – hombres, mujeres, niños y ancianos – nadie se percató de la presencia de la mujer. Así de pronto, se había vuelto invisible.
El hombre aquel, tenía la extraña cualidad de aprehender la belleza de las cosas, y no de forma abstracta, sino que completamente las tomaba y se depositaban en las lágrimas que salían de sus ojos.
Toda la belleza de aquella mujer estaba en esa gota, su belleza estaba captada en una enorme lágrima que se tambaleaba y estaba a punto de caer, ¿cómo detenerla? Si había o no, forma de lograr que no cayera, no importa, pues cayó e inmediatamente se hizo un charco de un líquido luminoso que la cegó por un instante. El hombre sucio se levantó y se fue. La mujer invisible corrió hacia el asiento lejano donde había ocurrido el espectacular acto, pero cuando llegó no había ni charco ni luz, sólo había una hoja con un poema titulado: la belleza del mundo.
La mujer se dio cuenta que en realidad siempre había sido invisible, pero que ahora que un extraño la había convertido en poema, es decir que era una metáfora viva de la vida misma, podía apreciar su verdadera belleza y la belleza del mundo. Es curioso, él único ser que no la vio con los ojos, fue quien logró abrirle los suyos.
Isaac, insisto xD ¿por qué no te publican? Me encantó tu relato/cuento (la verdad no sé diferenciar una de la otra) y si se ha notado un poco el gusto por la filosofía en éste cuento. Siempre compartes algo interesante qué decir. Saludos.
ResponderEliminarHey, gracias...
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